jueves, 5 de julio de 2007

!PARATE HOMBRE!


¡RECUERDATE HOMBRE!


Aflora nuevamente en el hombre la sombra espectral de un triste, atávico pasado.
De aquel remotísimo tiempo que autodestruyó a toda la humanidad del Planeta Lucifer, desapareciendo siete mil millones de personas en pocos segundos, por la energía atómica que el hombre, con tanta ligereza había desencadenado, creó una desintegración en cadena de algunos grandes yacimientos de elementos sensibles yacentes en el subsuelo de aquel planeta.

Ya nadie estaba en condiciones de poder parar el caos de una potente energía vuelta loca y destructiva. Miles de naves espaciales estaban listas para partir. La Tierra que entonces se encontraba en la orbita del planeta Venus y éste en la del planeta Mercurio, fue la meta de gran parte de fugitivos. En el firmamento miles de transatlánticos espaciales circulaban entre el planeta agonizante y la Tierra, Marte y Saturno, los lugares más cercanos para encontrar refugio. Llevaron con ellos todos cuanto pudieron pero no todos pudieron ser salvados

La Tierra todavía en estado primitivo poblada exclusivamente por enormes animales no se volvía del todo acogedora. Criaturas de ambos sexos y distintas razas creyeron encontrar un refugio temporal en espera de los acontecimientos. Mientras en el agonizante planeta Lucifer o Mallota millones de criaturas esperaban la salvación.

Una visión apocalíptica y con un inmenso resplandor atroz, golpeó la aterrorizada mirada de los salvados

El cielo se había vuelto luminoso y pavoroso, apareciendo una inmensa cruz por la destrucción del planeta por el hombre rebelde, desobediente a las Leyes del Cosmos. Una grave culpa que no puede ser fácilmente borrada y que el Cosmos castiga severamente.

El caos en todo el sistema solar fue de enorme alcance y muchos otros planetas comprendida la Tierra, arriesgaron a ser alcanzados fuera del propio equilibrio. El Sol vibró fuertemente dejando escapar de su propia superficie una enorme masa de materia incandescente que después debía asentarse en una orbita muy próxima al Sol, que nosotros llamaríamos Mercurio


La Tierra
, Marte y Venus y todos los planetas del sistema solar recibieron enormes choques, mientras las gigantescas rocas del planeta destruido se dirigían en todas las direcciones del espacio sideral. Mucho de estos pequeños mundos encontraron un asentamiento definitivo orbitando en la proximidad del planeta Saturno. La perturbación del sistema solar fue desastrosa. La Tierra este mundo de manto azul, sufrió además de los choques el desplazamiento del eje polar, y por consiguiente erupciones, levantamiento y hundimiento de la corteza terrestre, invasión de las aguas locas y movimientos telúricos de gran alcance que destruyeron sus naves y muchos de los refugiados temporales fueron tragados por la tierra y las aguas en movimiento. Los supervivientes no eran muchos y habían quedado trastornados por todos los acontecimientos desastrosos. Pasó mucho tiempo y lentamente se iba borrando de su mente la imagen de tanta tristeza, pero el recuerdo de haber venido del cielo nunca los abandonó y durante milenios contaron esta gran verdad.

El tiempo pasaba y el relato de padres a hijos tejía fábulas y sueños, pesadillas y fantasías en la mente de los descendientes y ahora tan diferente en el cuerpo y en el espíritu.

Sin embargo los acontecimientos atormentaron la gran alma amodorrada en un triste pasado que afloraba en la mente de los más evolucionados el deseo de comunicarse con el cosmos y a la vez surgían de su interior como imágenes vivientes y significativas. Pero la cruz luminosa e inmensa quedó para siempre esculpida en lo profundo de sus corazones. Una señal que nunca pudieron olvidar y que en tantas circunstancias aparecía como una invitación al arrepentimiento y al temor .

Los sufrimientos, luchas con la joven naturaleza del planeta en fase de maduración, batallas contra las voraces, enormes bestias y las indefensas criaturas, empujaron a los mejores a pensar, con fortísima voluntad. De los sueños sacaron útiles enseñanzas y de la naturaleza los primeros medios rudimentarios. Los conocimientos se volvieron cada vez más numerosos y los medios se construían con más facilidad.
El tiempo había trabajado para ellos y el dictamen misterioso del gran saber, se había revelado lentamente. Recomenzaron a vivir en contacto con la naturaleza misteriosa de la Inteligencia Universal. Adivinó el gran despertar y el hombre ya no pudo frenar más el río de su atávico saber, que en un primer tiempo, se había adormecido. Pasaron milenios y milenios en un continuo ascenso evolutivo entre el multiplicarse de las diferentes razas y otras nuevas llegadas a la luz.

No todo el tiempo fue feliz a causa de las convulsiones periódicas del Planeta, que en fase de asentamiento, a menudo provocaba muerte y destrucción. Pero sus corazones ahora estaban templados y su espíritu alto como la cima de una montaña.

Recomenzaban y construían mejor que antes, viviendo con más férrea voluntad y con una fe inquebrantable. Lo que más preocupó a los Sabios de entonces fue la reminiscencia de una terrible fuerza de dominio y de guerra que, poco a poco, se iba formando en el ánimo de muchos. El instinto del funesto pasado se despertaba, también del largo letargo y, entre las cosas buenas que la mente realizaba, las malas eran las más grandes y las más terribles. Esto preocupó muchísimo a la infalible Inteligencia del Cosmos e igualmente preocupó a aquellos que, iniciando la gran exploración de los mundos nuevos, después de la inmensa, apocalíptica catástrofe acontecida en nuestro sistema solar. Habían conocido el destino de aquellos que buscaron, en el remotísimo tiempo, salvación sobre la Tierra.

Diez mil lejanos años de nuestro tiempo, ellos conocieron nuestro mísero estado psicológico e hicieron de todo para hacernos mejorar rápidamente, dejando sobre la Tierra Maestros Insignes de Cultura Universal. Muchos de ellos, vivieron largo tiempo sobre la Tierra y, a menudo, sacrificaron su vida, con una pasión pura, angélica y santa.

Sus enseñanzas y sus conocimientos fueron de muchísima ayuda para mejorar progresivamente el proceso evolutivo de las razas. Su saber era infinito y sus conocimientos exactos. Quizás, en aquel tiempo, nos habían hecho conocer quien verdaderamente era DIOS. Pero las convulsiones del Planeta no habían terminado y otros desastres se añadieron a los acaecidos a lo largo del tiempo; recomenzaron nuevamente y, esta vez, con la ayuda de quien conocía todo de nosotros, todo desde el principio hasta este nuestro tiempo. Sabían quienes éramos y de donde habíamos venido.

Nada escapaba a sus conocimientos, ni siquiera la mala formación de nuestros, a menudo famélicos y bestiales instintos que se agigantaban en la obra y en los hechos de la vida. Nos consideraban, nos ayudaban, nos compadecían, pero debían mantenerse necesariamente alejados, ocultos, escondidos con todos sus conocimientos en aquel tiempo incomprensibles, tanto como hoy. Muchos de ellos, se sacrificaron por nuestro bienestar y tantos otros realizaron cosas maravillosas, inconcebibles para las mentes de entonces. Ezequiel, en su libro (Sagrada Biblia) los describía así: "La primera visión de los Querubines". Eran ellos y desde el primero hasta versículo veinticuatro de su libro Ezequiel lo afirma en el modo más claro e inequívoco. Estaban con nosotros, porque querían a cualquier precio, realizar un gran bien para sus semejantes en cautividad. El gran acontecimiento acaeció. La hora del perdón había llegado y la paz se debía concluir en la señal de la cruz y del sacrificio.

El hombre y la cruz, se volvieron un símbolo que debía sacudir para siempre al alma humana. Debía recordar algo, muy grande, de indiscutible verdad que quedó impresa en la gran bóveda celeste; principalmente debía hacernos meditar, comprender y con la más razonable convicción, sentirnos culpables de un gran pecado, de una desobediencia hacia DIOS y todas las almas vivientes del cosmos. La gran paz nos vino misericordiosamente ofrecida, unida al perdón. Pero, una vez más, el hombre nutrido con la carne de la bestia felina, no quiso comprender, no quiso sentir, sobre todo no quiso aceptar un cambio radical de su vida absurda e inconcebible. Era lo que era y debía sudar sangre, sufrir todavía para poder comprender mejor su verdadera naturaleza, su blasón. Y !Eh aquí! nuestros tiempos, tiempos de gran progreso material y de regresión espiritual. Una infinita reminiscencia que marca las cosas más impensadas y las edifica con desconcertante prontitud.

Los aviones, los coches, los navíos, los grandes mecanismos, los rascacielos, empresas de fábula y de disfrute de los recursos que este mundo, ya adulto, nos ofrecen con tanta profusión. ¡No basta! Ha habido una reminiscencia incontenible y tan peligrosa que ha puesto en alarma a nosotros y a otros, la energía atómica, un monstruo oculto y de inaudita violencia destructiva, tienta nuevamente insertarse, amenazante en la ya vieja historia de nuestro sistema solar.

Parece que la misma mente de entonces, se haya posesionado de esta caótica energía y que inmutada irresponsabilidad, intenta emplearla como medio de destrucción y de muerte. Una vez más, el hombre pone en peligro la existencia de un mundo y de todo lo que contiene con tanta inaudita ligereza.

Unos dos millones y medio de criaturas humanas se preguntan, porque se recurre a esta monstruosa fuerza destructiva y aún si no lo demuestran, en el corazón de toda criatura humana está siempre esta pregunta, cuya respuesta está encerrada entre los labios de aquellos que todavía viven en un mundo que ya no existe. Estos saben la medida de la gravedad, pero a menudo, el instinto primordial los ciega y los vuelve irresponsables e inconscientes; la amenaza es grave, el peligro espectral, de un triste, atávico pasado, hace temblar el alma humana de terror.

¡PÁRATE! No vuelvas a repetir el mismo camino por el que has sido maldito. Medita, escruta en lo profundo de tu alma y verás que, además de la Gran Luminosa Cruz, te volverás a encontrar a ti mismo, aterrorizado, culpable, de rodillas ante el gran pecado, en espera del misericordioso perdón de Dios y de los Cielos.

Santiago el hermano del Señor

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