¡RECUERDATE HOMBRE!
Aflora nuevamente en el hombre la sombra espectral de un triste, atávico pasado.
De aquel remotísimo tiempo que autodestruyó a toda la humanidad del Planeta Lucifer, desapareciendo siete mil millones de personas en pocos segundos, por la energía atómica que el hombre, con tanta ligereza había desencadenado, creó una desintegración en cadena de algunos grandes yacimientos de elementos sensibles yacentes en el subsuelo de aquel planeta.
Ya nadie estaba en condiciones de poder parar el caos de una potente energía vuelta loca y destructiva. Miles de naves espaciales estaban listas para partir.
Una visión apocalíptica y con un inmenso resplandor atroz, golpeó la aterrorizada mirada de los salvados
El cielo se había vuelto luminoso y pavoroso, apareciendo una inmensa cruz por la destrucción del planeta por el hombre rebelde, desobediente a las Leyes del Cosmos. Una grave culpa que no puede ser fácilmente borrada y que el Cosmos castiga severamente.
El caos en todo el sistema solar fue de enorme alcance y muchos otros planetas comprendida
El tiempo pasaba y el relato de padres a hijos tejía fábulas y sueños, pesadillas y fantasías en la mente de los descendientes y ahora tan diferente en el cuerpo y en el espíritu.
Sin embargo los acontecimientos atormentaron la gran alma amodorrada en un triste pasado que afloraba en la mente de los más evolucionados el deseo de comunicarse con el cosmos y a la vez surgían de su interior como imágenes vivientes y significativas. Pero la cruz luminosa e inmensa quedó para siempre esculpida en lo profundo de sus corazones. Una señal que nunca pudieron olvidar y que en tantas circunstancias aparecía como una invitación al arrepentimiento y al temor .
El tiempo había trabajado para ellos y el dictamen misterioso del gran saber, se había revelado lentamente. Recomenzaron a vivir en contacto con la naturaleza misteriosa de
No todo el tiempo fue feliz a causa de las convulsiones periódicas del Planeta, que en fase de asentamiento, a menudo provocaba muerte y destrucción. Pero sus corazones ahora estaban templados y su espíritu alto como la cima de una montaña.
Recomenzaban y construían mejor que antes, viviendo con más férrea voluntad y con una fe inquebrantable. Lo que más preocupó a los Sabios de entonces fue la reminiscencia de una terrible fuerza de dominio y de guerra que, poco a poco, se iba formando en el ánimo de muchos. El instinto del funesto pasado se despertaba, también del largo letargo y, entre las cosas buenas que la mente realizaba, las malas eran las más grandes y las más terribles. Esto preocupó muchísimo a la infalible Inteligencia del Cosmos e igualmente preocupó a aquellos que, iniciando la gran exploración de los mundos nuevos, después de la inmensa, apocalíptica catástrofe acontecida en nuestro sistema solar. Habían conocido el destino de aquellos que buscaron, en el remotísimo tiempo, salvación sobre
Diez mil lejanos años de nuestro tiempo, ellos conocieron nuestro mísero estado psicológico e hicieron de todo para hacernos mejorar rápidamente, dejando sobre
Sus enseñanzas y sus conocimientos fueron de muchísima ayuda para mejorar progresivamente el proceso evolutivo de las razas. Su saber era infinito y sus conocimientos exactos. Quizás, en aquel tiempo, nos habían hecho conocer quien verdaderamente era DIOS. Pero las convulsiones del Planeta no habían terminado y otros desastres se añadieron a los acaecidos a lo largo del tiempo; recomenzaron nuevamente y, esta vez, con la ayuda de quien conocía todo de nosotros, todo desde el principio hasta este nuestro tiempo. Sabían quienes éramos y de donde habíamos venido.
Nada escapaba a sus conocimientos, ni siquiera la mala formación de nuestros, a menudo famélicos y bestiales instintos que se agigantaban en la obra y en los hechos de la vida. Nos consideraban, nos ayudaban, nos compadecían, pero debían mantenerse necesariamente alejados, ocultos, escondidos con todos sus conocimientos en aquel tiempo incomprensibles, tanto como hoy. Muchos de ellos, se sacrificaron por nuestro bienestar y tantos otros realizaron cosas maravillosas, inconcebibles para las mentes de entonces. Ezequiel, en su libro (Sagrada Biblia) los describía así: "La primera visión de los Querubines". Eran ellos y desde el primero hasta versículo veinticuatro de su libro Ezequiel lo afirma en el modo más claro e inequívoco. Estaban con nosotros, porque querían a cualquier precio, realizar un gran bien para sus semejantes en cautividad. El gran acontecimiento acaeció. La hora del perdón había llegado y la paz se debía concluir en la señal de la cruz y del sacrificio.
El hombre y la cruz, se volvieron un símbolo que debía sacudir para siempre al alma humana. Debía recordar algo, muy grande, de indiscutible verdad que quedó impresa en la gran bóveda celeste; principalmente debía hacernos meditar, comprender y con la más razonable convicción, sentirnos culpables de un gran pecado, de una desobediencia hacia DIOS y todas las almas vivientes del cosmos. La gran paz nos vino misericordiosamente ofrecida, unida al perdón. Pero, una vez más, el hombre nutrido con la carne de la bestia felina, no quiso comprender, no quiso sentir, sobre todo no quiso aceptar un cambio radical de su vida absurda e inconcebible. Era lo que era y debía sudar sangre, sufrir todavía para poder comprender mejor su verdadera naturaleza, su blasón. Y !Eh aquí! nuestros tiempos, tiempos de gran progreso material y de regresión espiritual. Una infinita reminiscencia que marca las cosas más impensadas y las edifica con desconcertante prontitud.
Los aviones, los coches, los navíos, los grandes mecanismos, los rascacielos, empresas de fábula y de disfrute de los recursos que este mundo, ya adulto, nos ofrecen con tanta profusión. ¡No basta! Ha habido una reminiscencia incontenible y tan peligrosa que ha puesto en alarma a nosotros y a otros, la energía atómica, un monstruo oculto y de inaudita violencia destructiva, tienta nuevamente insertarse, amenazante en la ya vieja historia de nuestro sistema solar.
Unos dos millones y medio de criaturas humanas se preguntan, porque se recurre a esta monstruosa fuerza destructiva y aún si no lo demuestran, en el corazón de toda criatura humana está siempre esta pregunta, cuya respuesta está encerrada entre los labios de aquellos que todavía viven en un mundo que ya no existe. Estos saben la medida de la gravedad, pero a menudo, el instinto primordial los ciega y los vuelve irresponsables e inconscientes; la amenaza es grave, el peligro espectral, de un triste, atávico pasado, hace temblar el alma humana de terror.
¡PÁRATE! No vuelvas a repetir el mismo camino por el que has sido maldito. Medita, escruta en lo profundo de tu alma y verás que, además de
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